
Basta con observar (y observarse) un poco y podremos escuchar en todas partes: “Baja de ahí que te vas a matar” “Sigue comiendo chucherías y se te caerán todos los dientes” “Si no me das la mano te pillará un coche y tendrás que ir al hospital” “Verás cuando venga tu padre la paliza que te da” “Como no te pongas la chaqueta te llevaré al médico para que te pinche” “Si no haces los deberes te vas a quedar tonto y todos se reirán de ti” “Voy a llamar al policía para que te riña” “Si te alejas vendrá un hombre y te llevará” “Cállate o te parto la cara” “Si eres malo no te traerán nada los Reyes”… Podría seguir de forma interminable, como una letanía de expiación.
Y así, desde la cuna, perdida la confianza en el diálogo, en el razonamiento y en la libertad de ser; lapidada la verdad bajo las piedras del terror; la niña se convierte en mujer y el niño en hombre, y sólo conocen un arma poderosa, que es el miedo.
Lo que se siembra hoy, se cosechará mañana. Cuidemos nuestro lenguaje, por favor.
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